Muelle de Sabana de la Mar
Fotografía de Lirio H Galvan
Para contar
mi historia debo comenzar bien hacia atrás, hasta la lejanía de mis
orígenes, comienzo con un acontecimiento
en la época en que vivíamos en Samaná,
tenía seis años de edad, íbamos de camino a Sabana de la Mar, era la
tarde del ultimo Domingo del mes Julio del 1960, eran las primeras horas de la
tarde, y era el día de los Padres, 31 de Julio.
Habíamos
tenidos un día muy caluroso, bajo un cielo despejado y fuertes vientos se sentían en el
ambiente. Caminábamos lentamente,
deteniéndonos aquí y allá, por aquellas
tristes calles y sin vida de lo que
entonces era el pueblo de Samaná,
en contraste con la calidez de esta tierra
y la afabilidad de las gentes que
dejábamos atrás. Aquel recorrido no lo
olvidare mientras viva.
Teníamos unas
cuantas horas de espera para tomar el barco que nos llevaría a Sabana de la
Mar.
Habíamos vivido un largo tiempo en Samaná, mis padres tenían un Hotel para viajeros
llamado “Hotel Marcia”, situado en la avenida del malecón, y en los finales del
1960 desdieron salir de Samaná, traspasaron
el hotel a otra familia, las
pocas ganancias obtenidas se les repartió a los empleados y salimos rumbo a
Sabana de la Mar en busca de un futuro mejor.
Mis padres eran gentes sociables, dispuestos siempre
socorrer. Ellos ayudaban a todos los
necesitados, y creían que el que daba siempre recibía.
Vivíamos en los tiempos de la dictadura, época en que
nadie se atrevía a pronunciar la palabra comunismo, ni se arriesgaba
en hablar de libertades. Trujillo había
gobernado el país con puños de hierro. La vida en Samaná nos había sacudido bien.
Sabana de la Mar era un buen refugio en los tiempos de crisis, como los que
vivió el pueblo dominicano bajo el yugo de los Trujillo. Un año
después muere fusilado el Dictador.
Con lamentos, abrazos
y sonrisas partíamos a Sabana de la Mar en el Barco Carmelita – Río Yuna
de Tom Phipps. Los empleados del hotel lloraban al ver caminar a mi madre hacia el barco, en
el que nos alejábamos para siempre, y del
que siempre ella suspiró el resto de su
vida al recordar este acontecimiento.
Con
la cabeza inclinada hacia atrás y una
niña en los brazos; ensimismada y triste,
mi madre decía: - ¡De lágrimas
esta hecho el camino!
-¡De nada sirve extender los brazos repletos de añoranzas. !
Ella era una mujer de mucha templanza, y de una inteligencia casi
clarividente, exhibía un estilo amable con profusa humildad, de
un carácter reservado que se
acentuó con los años. No usaba maquillaje ni adornos, y siempre estaba bien
cuidada.
Estábamos en el muelle, mi padre parado con
mis hermanos esperando al encuentro de amigos y personal del hotel. Mis
padres se abrazaban, se besaban con los amigos,
y nosotros de espectadores sin
entender nada cuando el decía:
. - ¡La vida nos
obliga a caminar hacia el frente, aunque
anhelemos quedarnos
estacionados
en donde estamos !
- Eran palabras huecas que el viento llevaba hacia el
mar, aunque vinieran del
corazón.
Mi Padre era
un hombre de mediana estatura, delgado, ojos muy azules, pelo rubio, bastante cuidado, lo llevaba
peinado hacia atrás, pegado a la cabeza, de figura realmente señorial y rostro
reservado. Miraba fijamente revelando su carácter enérgico y decidido. En su
trato intimo era un Ser
humano de gestos calidos y sereno, que
trasmitía sencillez y bondad. Tenía las características de un
ciudadano Ingles, aunque sus orígenes eran italianos. Llevaba siempre pantalones
de caki, camisas de mangas largas de color blanco, de vestir sencillo.
Acostumbraba a usar para protegerse del Sol, un sombrero de copa alta y alas anchas, de
color gris o color castaño, de esos que le dicen Fedora, era de los que usaba actor
estadounidense Harrinson Ford , en la película Indiana
Jones.
Cruzar la Bahía de Samaná en uno de estos barcos tenia sus encantos y sus particularidades,
pues se producían situaciones
interesantes que dejaban eterno recuerdos.
En esa época, mi hermana era una niña de cuatro años,
la expresión de su rostro era dulce y
amable, tenía una lúcida inteligencia y un sereno carácter, de
espontánea rapidez en sus movimientos y un color dorado en sus cabellos, con
algunos 30 rizos perfectamente organizados, vestía un traje ligero de organdí ingles, de color
rosado, con pintas discretas de motitas blancas, de esos que le llaman de”
arroz con coco”, y unas medias rosadas que adornaban sus zapatos blancos. Parecía que iba vestida de fiesta.
Mi madre la vestía impecable. En ella todo era armonía. Era una niña adorable,
iba agarrada de las manos de mi padre y de mi hermano mayor, que tenia 10
años de edad; mi madre conversaba, pero
no la perdía de vista. Todos en el muelle se quedaban mirándola, como si hubieran
visto algo inesperado, luego le
sonreían
Era una tarde soleada y muy fresca de ese
verano, del muelle emanaba un penetrante olor a trementina y a sal. En la bahía terminaban los momentos de
calma, y por extraño que parezca, un sol resplandeciente de un color amarillo rarísimo
que parecía anaranjado .Una fuerte brisa parecía expresar un profundo sentimiento,
al empujar las olas contra las rocas,
produciendo un sonido que daba la
impresión de entonar una triste melodía de despedida.
Con un nudo en la garganta sentía esos
sonidos melódicos, al mismo tiempo que el viento intentaba ahogar la
embarcación en el muelle. Había muchos
vientos.
- ¡Eran los vientos alisios del mes de
Julio!
Los alcatraces parecían detenidos en el aire
con las alas abiertas tratando de mirar hacia el fondo del mar, daba la
impresión de que analizaban alguna situación y emitían un sonido como si
quisieran anunciar su vertiginoso picado.
Aferrados al silencio anhelábamos
perdurar para siempre ese mágico momento
antes de que nos hiciéramos a la mar.
Eran los estragos de las despedidas.
El Carmelita aguardaba a los pasajeros.
Subimos al barco; un marino elevó el ancla. El capitán sujetó el timón
con firmeza, y desde la proa del barco despidió a sus colaboradores. Por
el estribor se podía divisar escrito en letras blancas el nombre de la embarcación “Carmelita- Rio Yuna”. Se
adentro a las profundas aguas de la Bahía de Samaná y salimos rumbo a Sabana de
la Mar. Mi madre agitaba los brazos desde la embarcación, para decir adiós,
permaneció de pie por largo rato mirando fijamente hacia el horizonte, hasta
que el muelle desapareció detrás de la inmensidad del mar.
Cuando la tarde
iba saliendo entre las luces del crepúsculo, imaginábamos que la noche
seria de un cielo transparente, sin
nubes, rociado de estrellas y con luna
llena. Pero lo que no imaginábamos era
que aquella tarde cambiaria el rumbo de nuestra historia.
Desde el muelle se avistaba el parque Duarte que recibía
a los pasajeros que desembarcaban en el
muelle, había mucho movimiento en los alrededores por la llegaba del
“Carmelita”.
Con el tiempo la mayoría
de los empleados del hotel nos siguieron detrás, fueron llegando poco a
poco buscando trabajo
nuevamente…………
Desde entonces han pasado 54 años pletóricos de
acontecimientos y aun siento la impresión de aquel evento.
Muchos sucesos familiares y sociales han pasado después de eso.
De aquel tiempo solo quedan los recuerdos que van y vienen
porque esa es la esencia de la vida.
No hace mucho tiempo estaba estacionado en mi vehiculo, debajo de un árbol, en las
orillas de una carretera y escuchaba por la radio una voz, de esas que tienen un timbre calido y muy sentimental, era algo
profunda, parecía a esas cantantes apasionadas por la vida, la intérprete la
llamaban Mercedes Sosa, aquella canción me traía muchos recuerdos, se llama
“Las Cosas Simples”; recuerdo algunos
trozos de la canción que dicen así:
Uno se despide,
insensiblemente de pequeñas cosas /lo mismo que un árbol
que en tiempo de otoño se queda sin hojas/ al fin la tristeza es la muerte lenta
de las simples cosas/ y esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida /y entonces comprende
como están de ausentes las cosas queridas/ por eso muchacho no partas ahora
soñando el regreso que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.
que en tiempo de otoño se queda sin hojas/ al fin la tristeza es la muerte lenta
de las simples cosas/ y esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida /y entonces comprende
como están de ausentes las cosas queridas/ por eso muchacho no partas ahora
soñando el regreso que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo.
Cerré los ojos, apoye la cabeza en mis manos sobre el manubrio
del vehículo y recitaba para mis
adentros aquella canción, que se sentía como un espacio congelado en el tiempo.
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