Relatos de
inmigrantes.
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Los parias, los desplazados,
los desheredados de la Diosa Fortuna.
Sergio Reyes II.
Chepe Sosa vendió su
conuco y unos puerquitos que le quedaban, casi a precio de vaca muerta, para completar el pago por su pasaje en un
viaje que estaban organizando unos tipos en la ensenada de Matancita, allá por
la costa de Nagua. De lo poco que pudo conservar le dejó a Mencía, la mujer,
unos chelitos para que ella y los hijos la
fueran pasando, en lo que él llegaba a ‘los
países’ y comenzaba a trabajar. Su voluntarioso espíritu ardía en frenesí,
impregnado con la aureola de optimismo que le habían vendido los traficantes de
ilegales y mercaderes de sueños e ilusiones que día por día empujan a las aguas
inseguras de la mar bravía a los que han perdido las esperanzas de progreso en
su propio país y se lanzan a otros horizontes en busca de una visa para un sueño tan costosa como su
propia vida.
**
Doroteo Arteaga salvó
la vida por un pelito, cuando escapó
de su humilde pueblucho al abrigo de las sombras de la noche y, sin mirar atrás
ni detenerse, caminó hasta cruzar la frontera del vecino país limítrofe. El
inmediato intercambio con amigos y conocidos en una solidaria Nación
centroamericana le devolvió la seguridad por su vida, que corría flagrante
peligro a causa de las convulsiones políticas y los enfrentamientos entre
sectores rivales que azotaban el país y le tenían al borde de un conflicto
bélico fratricida de incalculables consecuencias.
El protagonismo y
preponderancia con que contaba entre los habitantes de su comunidad le habían
llevado a ocupar diversas posiciones dentro de su bandería partidaria y, como
consecuencia de ello, se le escogió para
ocupar una importante curul en el Municipio. Con el estallido de las
hostilidades y la irreversible pérdida del control de la plaza, Doroteo no tuvo
más remedio que enviar a lugar seguro a su mujer e hijos para tomar, a su vez,
las de Villadiego, junto a algunos correligionarios que tuvieron la visión de
salir a tiempo de la aldea y tomar el camino del exilio hacia países vecinos,
como única forma de salvar la vida.
Apurando el amargo
acíbar del ostracismo y con escasas posibilidades de un retorno victorioso,
Doroteo comenzó a vislumbrar la sugerente posibilidad de una mejoría económica
siguiendo la ruta terrestre hacia el Norte, más allá del Rio Bravo, como ya lo
habían hecho otros muchos que escaparon antes que él, hastiados de tanta
palabrería hueca y desunión en un país como el suyo en donde la población ya no soportaba ni un día más de la extensión
de la inconsecuente guerra entre hermanos que le mantenía postrada de rodillas
y limitada en sus posibilidades de progreso.
***
Cornelia compró un ‘machete’ y gestionó una invitación a un
Congreso de Enfermeras del área de Centroamérica e islas del Caribe que habría de celebrarse
en Puerto Rico. Nunca antes había viajado en avión y, a lo sumo, solo se
separaba de su prole por cortos periodos debido a requerimientos del trabajo o
cuando éstos viajaban en las vacaciones a visitar a los abuelos en una remota
comunidad rural enclavada en plena frontera con Haití.
Con un sudor copioso
corriendo por sus espaldas y una sarta de fervorosas oraciones, a manera de salvavidas,
la timorata mujer esperó en su lugar de la fila el momento en que el Oficial de
Migración se desocupase y le franquease el paso para proceder a la revisión y
procesamiento de su ingreso al territorio de los Estados Unidos.
El motivo principal
de su preocupación estaba cifrado en el
miedo a que el oficial actuante notase el creciente nerviosismo que le
embargaba y que, llegado el momento, no pudiese responder con presteza y
seguridad el llamado que se hiciese a Ana
América Pérez, el nombre que aparecía estampado en el pasaporte, junto a su
foto.
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En el anchuroso salón
del comedor de la factoría ruge la marejada humana que, luego de una intensa
jornada de labor, acude en tropel para ingerir apresuradamente los atesorados
alimentos que cargan en sus mochilas y loncheras, intercambiar impresiones en
tertulias de amigos y conocidos y disipar, aun sea por breves instantes, la
tensión del día, los problemas del diario vivir y el sofoque de algún jefecito con ínfulas de carcelero.
Junto a los efluvios
y sazones que saturan el ambiente y los acentos, dialectos y regionalismos,
intercalados con un machacado galimatías que dista mucho de ser el idioma
oficial de la pujante Nación que les sirve de anfitrión y solidario albergue, resalta
también un sinnúmero de rasgos raciales y culturales que permiten entrever sus
orígenes y procedencias.
Y si alguien pudiese
penetrar en el trasfondo de la curiosa babel escenificada cada día en la
agitada y aleccionadora tanda del receso para tomar el lonche y tuviese la
facultad de traducir sus dialectos y profundizar en sus conversaciones más
íntimas, podría tomar partido de un sinfín de historias de luchas, esfuerzos y
angustias. Y también de ilusiones,
decepciones y desamor.
Pero, por sobre todas
estas cosas, quien pudiese conocer cuánto dicen y atesoran estas gentes sabrá la importancia
asignada entre ellos al amor filial y el apego a la familia, lo que constituye,
en esencia, la razón de ser de las luchas, sacrificios y desvelos por los que
transitan en sus vidas de inmigrantes.
Al igual que Chepe,
Cornelia y Doroteo, éstos también partieron de su hogar y eligieron la vía del
exilio económico en busca del desarrollo personal que les permitiese contribuir
con la superación y el bienestar familiar. Por ello, sacrificaron sus escasas
pertenencias y el exiguo patrimonio familiar, abandonaron sus empleos y
profesiones y se lanzaron a una incierta ruta en la que desafiaron la
profundidad de los mares, vencieron el miedo a las alturas o resistieron la
inclemencia y la desolación de inhóspitos desiertos, entre otras múltiples e
ingeniosas vías elegidas para llegar a su destino en la llamada ‘Tierra de las oportunidades’.
Endurecieron sus cuerpos y se aclimataron al gélido frio y al insufrible calor.
Se sobrepusieron a la adversidad del diario vivir en un lugar extraño, a la
dureza de las tareas, los prejuicios de toda clase, la arrogancia y
desconsideración de algunos Jefes y, por si todo ello fuera poco, a la
dificultad del idioma. Se cubrieron de una dura coraza para resistir la
depresión y la soledad, se aferraron a los recuerdos y la nostalgia para poder
seguir viviendo, … y salieron indemnes!
Ellos son los parias,
los desplazados, los desheredados de la Diosa Fortuna, … los que nunca se
rindieron!
NYC; Marzo 28, 2013.
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