Darwin Bruno |
La calle
Monción es una calle larga, de pocas
casas, de construcciones en maderas
añejas, integradas a solares vacíos y bombillas de pobre iluminación, de color
ámbar, que por su apariencia mortecina
le daba un aspecto de principios de siglo en todo su trayecto.
En la
topografía del pueblo esta calle está
delineada de manera tal que en su salida
de la calle Duarte se dirige en
dirección hacia el oeste en un suave y discreto declive hasta llegar a la parte antigua del Cementerio Municipal, quizás por esta
condición al sector por donde pasa esta calle le llaman “Pueblo Abajo”.
Esta calle es muy amplia, como todas las calles del
pueblo; al medio día muestra un
pavimento echando lumbre, calor y
polvo dando una sensación de monotonía, fatiga y somnolencia; un sol candente
castigaba a los que por allí pasaban. Era poco transitada, era una calle triste
y sin vida y de apariencia melancólica.
El lado
izquierdo, por donde nace esta calle, estaba ocupaba por
una estancia reducida, envuelta
por los ramajes de unos matorrales, y
escondida debajo una tupida reserva de frondosos árboles de acacias florecidas,
guanabas y mangos, dando un aspecto hermoso y fresco en el día.
Esta pequeña
estancia era una construcción de madera, techada de cinc, que servia para
albergar un horno de ladrillos rojos,
donde elaboraban un Pan artesanal muy gustoso; la vivienda tenía
un aspecto primitivo y rancio, por todas
partes se veían pedazos de maderas y algunas sillas de palo, adornadas con fibras de guano, que servían para sentarse. Llevaba muchos años ahí. Allí
olía a pan calentado casi todo el tiempo. La luna salida iluminaba todos los
rincones del lugar, dándole una apariencia de luminosidad.
Este pequeño
bosque daba a la calle Duarte, mediante un camino que atravesaba un estrecho portón de madera y
cinc que conducía a la calle. Todo lo que sabía era, que allí estuvo la
panadería de “Carioca”, un señor alto, de consistencia regular, de apariencia mestiza, de algunos 50
años de edad; la expresión de su rostro
era franca. Su vida fue su servicio. Nunca supe cuando desapareció la
panadería, ni cuando se fue Carioca del lugar.
En el lado contrario,
había un viejo caserón de algunos
200 metros de construcción de estilo
victoriano, de tendencias caribeñas, de
gran altura, de color rojo ladrillo, construido en madera en toda su
edificación, techada de cinc, la casa
era grande, de cielo raso muy elevado,
y grandes ventanales iguales a los lados componían toda la edificación.
Esta vieja casona había sido construida en el siglo pasado y
perteneció a Antonio Bruno y se mantuvo en pie por casi más de cien años, en sus inicios
estuvo dividida en dos partes para uso
comercial y familiar, luego la parte izquierda paso a ser ocupada por la escuela de
música del pueblo, y a la derecha para uso familiar del maestro de música; esta parte se comunicaba
con el lado izquierdo por una puerta interior, para que el maestro pudiera entrar y salir a la escuela sin salir a la calle con el
pasar de los años la casa fue vendida y convertida en una construcción moderna de
cemento para albergar un pequeño centro comercial de algunos 600 metros de
construcción, para el año 2000.
Al fondo de la
casa había un patio que daba a la esquina
de la calle Duarte con Monción, un jardín agreste y salvaje compuesto por matojos
de flores blancas silvestres, narcisos y
azucenas, crecían en el centro
del patio formando una abundante
vegetación que sobresalía de la espesura
de una montaña herbosa, salpicada de
dormideras o moriviví; las azucenas
parecían pedazos de terciopelos blancos sobre el forraje, del que
emanaba un ligero olor a flores silvestres durante el día.
Había por aquí
muchas abejas y abejones negros, y además
volaban mariposas de color
amarillo limonado. Un gran roble crecía en el patio de esta casa, justamente al
frente de la “Panadería de Carioca”. Una
cerca de madera y cinc la separaba de
ambas calles.
Cerca de las
cinco de la tarde el Sol comienza a ocultarse y llegan las sombras del anochecer. En noches oscuras
, las nubes van
celando la silueta de la luna
recién salida hasta hacerla desaparecer
, y solo queda de fondo un
negro telón , la calle va dando la impresión de hacerse más angosta,
las casas y las empalizadas se van
involucrando lentamente , y en
algún momento , bajo la luz de la luna, cuando
esta logra asomarse ; desde la
esquina de la calle , mirando hacia las
partes traseras de las casas , los árboles parecen que abrazan las casas .
Aquella cuadra forma parte de la
ciudad vieja; ya pasada las 10 de
las noche un profundo silencio arropaba todo el lugar. En las noches de luna
llena los narcisos y las azucenas o “flores de muertos “
ahogaban con su penetrante olor a los que por allí pasaban , que junto a
raras luminiscencias producidas por luciérnagas vagabundas movían la imaginación a un ambiente mágico o un lugar encantado.
De este lugar se hablaban muchísimas cosas, decían, que cuando las sombras del anochecer arropaba a todo el pueblo y el mutismo envolvía a todo el lugar ; frente a una
de las ventanas de la casa que daba a la
calle Monción , allí detenido, un
anciano de algunos 60 años de edad ,de
consistencia delgada, de aspecto distinguido y refinado , trajeado de color negro , con expresión triste,
y el rostro bañado en lagrimas , se le
veía tocar las cuerdas de un violín, que al compás de
la armonía entonaba una triste melodía
que hacia llorar, era una vieja canción
que decía: /el tiempo se
escapa y te arrastrará….. /la melancolía sigue siendo una memoria por despedida /Aquí nos encontramos de nuevo/ donde el Sol no desaparece/ donde el Mar es un poema…
Si algo va a
cambiar? / Si alguien va a
encontrar borrar toda la felicidad del
momento? ….(Despedida. Ángelo Fabiani)
Se cuenta que este fantasma era un alma desesperada del Purgatorio que imploraba llorar por sus pecados y pedía suplicar por su alma para que el espectro de la muerte se compadeciera de él, perdonara sus pecados y así conseguir la paz eterna.
Se cuenta que este fantasma era un alma desesperada del Purgatorio que imploraba llorar por sus pecados y pedía suplicar por su alma para que el espectro de la muerte se compadeciera de él, perdonara sus pecados y así conseguir la paz eterna.
Los rumores
apuntaban a que se trataba del fantasma de Heliodoro,
que regresaba a las calles conocidas de
su juventud, ahora el horizonte era diferente, muchas casas donde vivieron sus
amigos habían desaparecido , el tiempo había destruido la costumbre de su anterior
vida; Heliodoro existió en este lugar desde
hacia más de cien años, había tenido
una vida digna, fue un gran violinista y había recibido dos golpes en su vida de los que nunca se recuperó: la
pérdida de su amada Antonia en circunstancia desconocida y escaso tiempo
después la muerte prematura de su
hija Flor.
Heliodoro contaba con 60 años
de edad y la juventud ya se había
ido para siempre, comenzó a deprimirse hasta
llegar a los límites de la locura, prefirió la muerte para borrar aquellos
recuerdos que fueron la causa de su desgracia. Un día entró a su dormitorio a la hora de la siesta y se ahorcó
colgándose de un madero que servia de
soporte al techo de la casa.
La tarde refrescaba y el cortejo fúnebre continuaba su
recorrido por las calles del pueblo, caminaban y al caminar cantaban: Yo se que el tiempo viene y pasa/
sin tener remordimiento, / Y es violento. / Sin conocer a uno se lo lleva como
el viento./ Y uno nunca sabe lo que tiene/ Hasta no verlo muerto,…(Abrázame Muy
Fuerte ).
Los que allí estaban
abrían paso al entierro, contaban las coronas de flores y se inclinaban ante el cadáver, con una
expresión en el semblante de mucho encogimiento y se
persignaban. Los curiosos se metían en la fila ofreciendo sus servicios en torno
al fallecido y preguntaban:
-¿Quien ha
muerto?
-Y le
respondían:
-
Heliodoro
-
¡Ah! Entonces se
entiende.
¡Dios lo haya perdonado!
La noticia había recorrido todas las calles del pueblo,
ya en el cementerio la tarde había refrescado y una brisa leve soplaba; los curiosos
estaban detenidos allí junto al cadáver, pasaron los últimos minutos y la bendición del sacerdote, cerraron el
ataúd, lo clavaron y lo bajaron a la fosa, caían las últimas palas
de tierra y se cubría el cuerpo
de Heliodoro, como si no pudiera darse cuenta de lo que allí pasaba. Y, como en
todos los entierros solemnes del pueblo un
hombre de mediana edad pronunciaba unas breves
palabras; entre lamentos y suspiros, y con un
nudo en la garganta los dolientes coreaban: Más cerca, Dios, de Ti quiero
estar, / aunque en una cruz me hayan de alzar. Aún cantaré así: Más cerca,
Dios, de Ti. /
Aunque errante voy, en soledad cúbreme Tu amor y Tu
bondad. / Aún soñaré estar cerca del
Santo Hogar, / más cerca, Dios, de Ti, cerca de Ti. (Más cerca, Dios, de Ti.
Sarah F. Adams )
El sol se escondía,
soplaba una brisa leve y los dolientes abandonaban el lugar; mediaba el mes de Octubre del 1963, era el
día de la Virgen. Era el último adiós del violinista.
Recuerdo
que los atardeceres se llenaban de presagios en la habitación, en la que a la puesta de Sol se aparecía el
alma del violinista. Ahora ya no existe la vieja casona, el huerto en el
patio, ni las crisálidas, ni el
humo del pan quemado, es como si se hubieran dado cuenta que su presencia causaba
espanto.